El cambio climático y la destrucción de la biodiversidad han alcanzado tales dimensiones que ya no queda espacio para el negacionismo. La crisis ambiental se extiende por todo el planeta, provocando destrucción y sufrimiento: grandes incendios, inundaciones, sequías, hambrunas, desplazamiento de poblaciones… Cada desastre ambiental ocasiona, además, cuantiosas pérdidas económicas.
Las reacciones en la sociedad van desde la ansiedad al “algo se inventará”, desde el compromiso sincero de un número creciente de personas hasta el lavado de imagen (greenwashing) de las empresas más contaminantes.
El greenwashing solo cabe desenmascararlo y ponerlo en evidencia, pero la ecoansiedad tenemos que mirarla de frente y comprenderla, para poder transformarla. Porque la ansiedad paraliza, mientras que un horizonte de esperanza que nos haga sentir parte de la solución nos despierta como ciudadanía activa.
Cambio de rumbo profundo y rápido
El frenazo en seco ocasionado por la pandemia rompió el espejismo de un modelo en permanente huida hacia adelante. Hizo más visible la urgencia de cambiar el rumbo. La necesidad de una transición ecológica y justa cobró nuevo sentido.
Los caminos que hemos de transitar los conocemos:
- El más obvio es el abandono de los combustibles fósiles (gas incluido), pero no resolverá la crisis ambiental si lo que se pretende es mantener el mismo modelo económico con otras fuentes de energía. El viento y el sol son inagotables y renovables, pero no lo son las infraestructuras para su aprovechamiento. La eólica, la solar, cualquiera de las energías alternativas tienen un impacto ambiental a lo largo de su ciclo de vida, desde la extracción de minerales (algunos escasos) hasta la ocupación del territorio. La avalancha de mega proyectos de renovables ya está generando una fuerte oposición.
Es imprescindible reducir, y mucho, el uso de energía y de materiales. Y esto requiere cambios a todos los niveles.
- ¿Tiene sentido que el 90% de lo que compramos haya recorrido miles de kilómetros antes de llegar a nuestras manos? Un trasiego incesante de materias primas y mercancías que navegan por el mundo a bordo de unos 100.000 cargueros. Una de las locuras de la economía globalizada que hay que revertir, a gran escala relocalizando producciones, pero también en lo cotidiano eligiendo producción local siempre que sea posible.
- La globalización también se ha adueñado de nuestra comida. La agricultura intensiva y las macrogranjas destruyen la biodiversidad, contaminan los suelos, el agua y los propios alimentos afectando a la salud; contribuyen al cambio climático y, en el caso de las macrogranjas, generan un maltrato animal que deberíamos rechazar en nuestro plato. La producción industrial de alimentos procesados completa el panorama haciendo que la alimentación se haya convertido en la primera causa de enfermedad. Una dieta saludable para las personas, con menos carne, más alimentos vegetales, basada en la producción agroecológica es también más sana para el planeta.
- Comprar, usar, tirar… y vuelta a empezar. No es viable un modelo que ve la naturaleza como un reservorio de recursos que se pueden extraer sin importar las consecuencias –produciendo sin parar artículos de usar y tirar, o limitando intencionadamente su vida útil (la obsolescencia programada)– y capaz de acoger la ingente cantidad de basuras que generamos. Esa sociedad de consumo que nos iba a hacer tan felices, está destruyendo las bases de la vida. Los plásticos que se amontonan en interminables vertederos; que invaden y contaminan ríos, mares, océanos y suelos; atrapan animales y se introducen en nuestro propio cuerpo son un símbolo que nos deja imágenes imborrables, de esas que alimentan la ecoansiedad.
- Ciudades llenas de coches y cielos llenos de aviones (antes de la pandemia una media de 175.000 vuelos cruzaban los cielos a diario). Un consumo energético incompatible con cualquier posibilidad de poner freno a la emergencia climática. Menos coches, menos aviones, más trenes, más transporte público y más cercanía en las necesidades de la vida diaria para poder caminar o ir en bici.
Ciudadanía activa: palanca indispensable
Hemos visto algunos ejemplos que ayudan a concretar el cambio de rumbo. Estamos hablando de cambios profundos pero posibles, de todos existen ejemplos. Nada de ello es imposible, pero hay que hacerlo todo y con rapidez. Y esto sólo ocurrirá si actuamos con convicción y determinación.
Los cambios en nuestra vida diaria son necesarios porque construyen el cambio global, pero no son suficientes. Hacen falta decisiones políticas valientes que se topan con los intereses económicos que han construido este modelo y siguen beneficiándose de él. La presión y el impulso de la ciudadanía son la palanca de cambio indispensable.
Hay multitud de organizaciones, colectivos y movimientos sociales trabajando en todos los ámbitos. Podemos elegir los que más se adapten a nuestras inquietudes y nuestras posibilidades, lo importante es sumar, ser parte de la transformación.
El horizonte de cambio es esperanzador, si entendemos que el progreso no se mide en crecimiento económico sino en calidad de vida.